‘Flor de Pascua’, suspenso en las tablas
10/10/2016
Mayelit Valera Arvelo
Pocas veces llega el terror y el suspenso a las tablas, un género que exige mucho cuidado para poder crear los efectos deseado en el espectador. Por eso no todos se arriesgan, no todos apuestan por estas historias de intrigas y secretos. Pero para la dramaturga María Montenegro, la obra Flor de Pascua le abrió las puertas al escenario, no dudo en lanzarse al lápiz y al papel y crear una historia de pánico que se está presentando en la Sala Tú.
Una propuesta escénica creada por la Sala Tú y Bad Mimo Producciones, bajo la dirección de la escritora, junto a Claudia Coelho; protagonizada por Cristina Juan, Manuel Brun y David Sánchez, quienes con su talento logran intimidar a los asistentes con cada palabra, mirada y acciones. Y es que cada mínimo movimiento tiene su razón, nada está en vano, todo está fríamente calculado para despertar las inquietudes del público, quien deseosos, buscarán atar todos los cabos posibles para entenderla historia.
Todo gira alrededor de un hombre de 35 años, quien se ha dedicado hasta ese momento a la política local. Regresa a casa de sus padres para informarles que lo han despedido de su puesto en el ayuntamiento; quienes quedarán impactados con la noticia, ya que han dedicado su vida a su hijo, en quien han proyectado todos sus sueños y anhelos que ellos no pudieron cumplir.
Para poder comentarles lo que le ha pasado, se encontrará con una serie de obstáculos que atrasará todo. En el transcurso de la visita emergerá un oscuro secreto familiar que les concierne a los tres. Un pasado oscuro en forma de asesinato familiar que persigue a los personajes. Un pasado que se revelará en una serie de sucesos sobrenaturales y que les obligará asumir las horribles acciones que llevaron a cabo en su momento. La historia se desarrolla en un piso donde el agua lucha por entrar a casa, una vivienda de una familia de clase media de finales de los 90. Una cautivante puesta en escena que conquista con sus dos espacios: un salón en el que se lleva a cabo la acción presente, una cocina que fue testigo de una asesinato familiar, dónde el tiempo parece haberse quedado detenido, y que forma parte de un pasado que vuelve de manera obsesiva a las vidas de los protagonistas.
Flor de Pascua y un adiós
El escenario cuenta con un sofá y varios muebles, con fotografías familiares alrededor, y unas tumbadas en el piso. Del lado derecho del espectador está la cocina, un espacio lúgubre que esconde en sus paredes secretos irremediables, y en su horno guarda celosamente las flores de pascua, esos pasteles de cuatro corazones que forman un delicioso dulce para la familia.
Los primeros en entrar a escena son los padres del hijo, quienes sigilosamente se muestran acontecidos, ella sin moverse espera que su marido la vista, le cambia los zapatos. Todos los movimientos son lentos, precisos y bien delineados. Ambos tan antagónicos y a la vez tan cómplices, ella solo respira mientras el padre la arregla. En minutos se abrirá la puerta y entrará el hijo.
La madre se debate entre risas, una incomprensión que se la consume, y una locura que va a los extremos. El llanto va y viene, ella está y no está, su humor cambia con un soplo de suspiro. Pero algo deja muy claro, y es que ama a su hijo con su vida. Falta el hermano Issac, no se sabe muy bien qué sucedió, pero poco a poco se irán revelando detalles, y es que algo siniestro esconde este hogar. Las actuaciones están geniales.
El padre intimida, mantiene siempre su rostro fuerte, duro e inquisidor. Siempre con la batuta y palabras que no rozan con la dulzura, todo lo contrario, es un látigo en escena. Se mantiene rígido, con las mismas reglas y preceptos. Se muestra impecable, de punta en blanco, con su ceño fruncido, como un volcán a punto de explotar. Su última palabra es sagrada, dentro de un clima opresivo y claustrofóbico.
El hijo, con sus ojos inquietos revela sus dudas, sus miedos, y con ganas de decir tanto, pero no se atreve. Sus movimientos dudosos revelan el entorno familiar que lo devora, algo temeroso se enfrenta a sus padres. Regresa cada domingo a comer. Tan vivo como muerto, leal como recriminatorio, inocente como culpable, tan niño como adulto, misterioso e inestable. Siempre un poco desarreglado, aspecto que detestan sus padres.
Todo esto ocurre en una atmósfera de suspenso. La música y los acordes ayudan a tensar al público. Con cada escena – algunas con toque de oscuridad – nos hace adentrarnos en una puesta en escena misteriosa y fascinante que conquista con cada escena, atrapando por lo impredecible. Mientras los presentes se inquietan por saber el desenlace. Pero los secretos cubren las tablas sin dar tregua. Todo ocurre en una hora, y para termianr, algo inesperado sucede. Una casa cargada de recuerdos y demencia, donde todo final es un nuevo comienzo.
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