Criticas

‘Esperando a Godot’, más realista que absurda

28/11/2019

Mayelit Valera Arvelo

‘Esperando a Godot’, más realista que absurda

Creo que nunca nos cansaremos de esperar a Godot, de ver esta obra mágica protagonizada por dos seres inseparables, amigos incondicionales, leales, que se acompañan hasta la obstinación y el desespero. Que mientras esperan a Godot juegan, discuten, se desafían, se reconcilian, se quieren y se repelan. Tienen la firme convicción que la persona que esperan llegará, pero no sucede, no pasa nada, como ocurre en el teatro del absurdo, donde se da rienda suelta a la irracionalidad del ser humano.

La propuesta de Pentación Espectáculos que se está presentando en el Teatro Bellas Artes es un montaje excepcional. El público accede a la sala y aprecia en el escenario dos rieles de tren que se entrecruzan, y en el fondo el mítico árbol, el punto de encuentro donde deben esperar los personajes. El árbol está como ellos, roído por el tiempo, desolado, sin color, solo revelando el paso de los días. Cabe destacar que la magistral dirección de este clásico del siglo XX, de este símbolo universal que forma parte de la imaginación del colectivo es de Antonio Simón, quien nos regala una puesta en escena tan sublime como martirizante. Una obra que fue definida por su propio autor como “horriblemente cómica”.

Comienza la aventura teatral con un soplo de viento que crea la atmósfera para recibir a los protagonistas: Vladimir (Didi), interpretado por Alberto Jiménez, y Estragón (Gogo) representando por Pepe Viyuela, ambos realizan un trabajo magnífico, han construido unos personajes que trascienden la escena, envuelven a los espectadores con ternura, dolor y humanidad. Con ellos comenzamos una espera que no termina, pero ellos tienen la esperanza y la firme convicción de que Godot llegará. Mientras eso sucede buscarán “matar el tiempo” con ocurrencias, preguntas e inquietudes.

La construcción de los personajes está impecable, están dibujados con gentileza. Es un trabajo maravilloso que nos mantiene atentos por dos horas en las butacas del Teatro Bellas Artes. Y aunque pareciera que no pasa nada, pasa mucho, es el reflejo de la vida misma. Y no importa cuántas veces hayas visto la pieza, siempre te embelesa como si fuera la primera vez.

Es un montaje estudiado, comedido, que mantiene a los espectadores atónitos observando el desarrollo de una trama de la cual sabemos el desenlace. Sin embargo, estamos ahí, como súbditos siguiendo cada una de sus palabras, de esa poesía absurda que nos regalan con simplicidad en sus diálogos. Por momento los personajes tienen sus dudas, se sienten solos y hasta piensan ahorcarse como mejor opción para solucionar todo. Se miran y se reafirmar que nos son mendigos.

Completan el reparto Juan Díaz quien interpreta a Lucky, el esclavo del cruel Pozzo, este último lo interpreta Fernando Albizu, ambos hacen un trabajo de méritos, se las ingenian para salir airoso del reto con un trabajo corporal y de expresión que se traspira en escena. El último que aparece en el escenario es el joven Jesus Lavi, quien es el emisario de traer el mensaje de Godot, “hoy no vendrá, pero mañana seguro que sí”.

No todos estamos preparados para esperar a Godot, porque el teatro del absurdo es eso, absurdo, con repeticiones e incongruencias. Con diálogos calmados donde se saborean cada una de sus palabras, pero de una forma diferente, ahí está la magia. Es así como disfrutamos de este par de seres que se preguntan si luego de 50 años juntos sería mejor separase, pero están conscientes “que ya no vale la pena”. Confiesan que es difícil convivir entre ellos. Es así como vemos pasar el tiempo, se caen, se levantan y siguen andando.

Termina la obra entre emotivos aplausos y satisfacción. Nunca llegó Godot, nunca nos enteramos de que tenían qué hablar, pero disfrutamos cada segundo de su espera. Una obra en dos actos donde intencionalmente no tiene ningún hecho relevante, donde se repiten acciones, en parte simbolizando la monotonía y carencia del ser humano, tema recurrente del existencialismo. La obra fue estrenada por primera vez el 5 de enero de 1953 en el Teatro Babylone de París. Beckett escribió la obra originalmente en francés, su segunda lengua. La traducción al inglés fue realizada por el mismo Beckett y publicada en 1955.

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