Criticas

‘El niño y la bestia’, un laberinto de sentimientos

24/11/2019

Susana R. Sousa

‘El niño y la bestia’, un laberinto de sentimientos

Cuando Elvira Lindo narra las vivencias del niño que luego fue su padre, ese que aparece en algunos de sus escritos, aunque no siempre de forma reconocible, emprende también un viaje hacia dentro y hacia atrás, hacia la niña que fue. El texto está ensamblado con retales de la historia que le contó su padre en distintos momentos de su vida. Retales que ella tejió con la destreza, el humor y la ternura con la que siempre suele hacerlo para dar forma a esta experiencia escénica. Nunca antes había actuado sobre un escenario, al menos no de esta forma, pero al verla en escena, con ese halo de intimidad y seducción que desprende, parece que lo hubiera hecho toda la vida.

‘El niño y la bestia’ parte de una introspección que se alza después para sobrevolar el Madrid desolado, triste y pobre de 1939. El Rastro, la Casa de las Fieras, la Cuesta de Moyano son algunos de los lugares que se mencionan en un texto plagado de recuerdos amargos, pero también de belleza y quietud. Y, por supuesto, de música, porque estamos ante un cuento musical. O, como bien lo ha definido Elvira Lindo en alguna ocasión, un relato musical.

La música que acompaña al texto está compuesta por el músico Finlandés Jarkko Rihiimäki e interpretada por Linien Ensemble, una pequeña orquesta fundada en Berlín. Componen la orquesta Rodrigo Bauza, Lander Echevarría, Laura Ruiz Ferreres, Ander Perrino, María Lindo, impulsora del proyecto, y el propio Jarkko Riihimäki.

En el texto, se vislumbra el laberinto de sentimientos y emociones que provoca hablar de la familia y del pasado. Incluso de parientes y tiempos que no conocimos. Elvira recita con humor, un don del que nunca puede desprenderse (y que no lo haga) y con entusiasmo contenido acompañada de una música que dispara la imaginación. Tanto que si cierras los ojos durante un momento, puedes ver al niño Manuel, a Manolo, caminando hacia el Retiro con los otros niños del barrio el día que decidieron ir a ver a las fieras.

Hay momentos en los que la narradora deja solos a los músicos y se retira un instante de la primera línea de la escena. Desde allí observa a sus compañeros, al oboe, al contrabajo, al piano, y también al público. Después sonríe y vuelve al centro del escenario para continuar contándonos las aventuras del niño de pueblo que quería vivir en la selva de Tarzán y que un día escapó de ese Madrid oscuro para vivir con sus parientes de Aranjuez.

Un bonito retrato del Madrid del que queda muy poco y de un tiempo que no es recordado como algo bello por los que lo vivieron. Pero ya sabemos que la distancia dulcifica el pasado. ‘El niño y la bestia’ es un texto interpretado por una voz cálida y cercana y por una música que nos transporta a un lugar de nuestra memoria del que quizás hemos escuchado hablar ya otras veces, pero de otras formas. Esta es una experiencia sensorial diferente, un homenaje a la niñez, a su padre, quizás al pasado y la soledad, en cualquier caso, una experiencia difícil de olvidar.

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