En «Expediente K (Carta al Padre)» descubro a Dafnis Balduz, un actor que, como he leído por ahí, está llamado a hacer grandes cosas. Lo suscribo.

Balduz es un actor sorprendente, como lo es también este monólogo tan bien construido por Susanna García-Prieto en el que nada es lo que parece, o, mejor dicho, que empieza pareciendo una cosa y termina siendo otra. Todo suma, la interpretación de Balduz, el texto y la puesta en escena son las tres piezas que articulan este íntimo espectáculo en el que se mezclan el humor y el morbo histórico con una historia de fantasmas.

¿Quién es el espíritu que habita el castillo? ¿Qué hace un técnico de sonido haciendo preguntas al aire con una grabadora? ¿Por qué nunca llega Ariadna, la especialista en seres de otro mundo? Y, sobre todo, ¿dónde está el lavabo? Preguntas que nos hacemos durante la función y que también se hace el protagonista de “Expediente K (Carta al padre)” en escena. Carlos, al que sus amigos llaman K, no está muy acostumbrado a tratar con espíritus, es muy posible que nunca se haya preguntado si cree en ellos, aunque cuando era pequeño veía a su abuela difunta taparle cuando tenía frío. Es por ello que sus padres lo llevaron al psicólogo. Sin embargo, ahora está en un castillo de una pequeña isla cerca de Creta, grabando piscofonías e intentando comunicarse con un muerto.

Durante los primeros minutos, la obra es más divertida que misteriosa, pero según avanza la trama, el enigma se va haciendo más patente y la curiosidad del público aumenta. El humor va remitiendo hasta que desaparece, ya al final, cuando el desdoblamiento de K en Franz se hace evidente.

“Expediente K (Carta al padre)” divierte, pero también sobrecoge. La interpretación de Balduz es exquisita, limpia y el final parece que llega demasiado pronto. Queremos más. Señor director Alex D. Capo, haga la función más larga, por favor.